Sakae era una de las mujeres más
ricas del pueblo. De muy jovencita contrajo matrimonio con un
importante comerciante que le proporcionó la vida acomodada que
siempre había deseado.
Aunque su marido murió poco después
de la boda, sus negocios no desaparecieron, ya que Sakae era una
mujer muy inteligente y trabajadora, y su labor permitió que su
fortuna aumentara continuamente.
Debido al poco tiempo que estuvieron
juntos, no tuvieron descendencia, pero no por ello su amplia y
hermosa casa se encontraba vacía. Sakae contrató a gran cantidad de
personal para que la ayudaran con las tareas del hogar. Muchos de los
empleados vivían con la dueña de la casa; especialmente varias
sirvientas que atendían sus necesidades a cualquier hora del día o
de la noche.
Como cada noche, Sakae se dirigió al
baño más grande de la casa, un baño de uso exclusivo para ella. En
él se relajaba mientras el agua caliente hacía desaparecer las
tensiones que su cuerpo había acumulado tras un duro día de
trabajo.
Cuando Sakae enfiló el pasillo donde
se encontraba el baño, vio cómo se cerraba de un portazo la puerta
del mismo.
-¡Alguna de las sirvientas está
utilizando mi baño! -pensó Sakae malhumorada.
La mujer se dirigió a toda prisa hacia
el baño, y cuando estaba a punto de abrir la puerta para así coger
por sorpresa a la poco discilpinada sirvienta, pensó:
-Mejor esperaré a que salga, y
entonces, además de una bofetada, recibirá un gran susto al toparse
con su jefa en la oscuridad de la noche.
Así que Sakae se apartó unos metros
de la puerta y esperó en silencio envuelta en una negrura casi
total. De vez en cuando escuchaba ruidos en el interior del baño, y
no podía evitar que la rabia la torturara por dentro al pensar que
una extraña estaba usando un espacio tan personal e importante para
ella.
Estuvo esperando mucho rato, pero la
sirvienta no salió. Decidió sentarse para descansar las piernas.
Siguió esperando sentada en el suelo, y aunque intentó permanecer
despierta, el sueño comenzó a apoderarse de ella, hasta que en un
descuido cerró los ojos y se durmió.
Se despertó sobresaltada horas más
tarde. La oscuridad todavía invadía el lugar. Sakae se acercó
lentamente a la puerta del baño y escuchó. Nada. No se oía ni el
crujir de la madera. La mujer abrió la puerta, sabiendo lo que iba a
encontrar, y sus ojos le mostraron una habitación vacía. La
sirvienta había estado plácidamente bañándose el tiempo que había
querido y, al acabar, había vuelto sigilosamente a su dormitorio.
Por un momento Sakae pensó en
descargar su ira contra todas sus sirvientas hasta que la culpable
confesara. Pero al final, decidió que sería mejor esperar a la
noche siguiente para ver si la sirvienta volvía, y si lo hacía,
poder recibirla con una buena vara con la que azotarle tras su baño
prohibido.
A la noche siguiente, un poco antes de
la hora a la que había acudido el día anterior, Sakae llegó vara
en mano hasta la puerta del baño. Apoyó suavemente su oreja contra
la puerta y esperó unos segundos. Volvió a escuchar los ruidos, que
le sonaron como golpes.
-La muy torpe está tirando todos mis
enseres por el suelo mientras se lava -pensó la dueña de la casa
rechinando los dientes.
Sakae decidió, como la noche anterior,
esperar a que la sirvienta acabara el baño para asustarla en medio
de la oscuridad y darle su merecido. Esperó un buen rato apoyada
contra la pared, apretando la mano fuertemente contra la vara,
esperando el momento en el que la incauta sirvienta saliera del baño
y se encontrara con su jefa cara a cara. De vez en cuando escuchaba
algún ruido en el interior de la habitación.
La mujer siguió esperando un rato más.
El viento soplaba con fuerza aquellos días, haciendo del oscuro
pasillo y un lugar todavía más tenebroso. Sakae decidió ir un
momento a por una vela con la que alumbrarse y así sentirse más
segura en la oscuridad. Miró una vez más hacia la puerta del baño
y echó a andar con ligereza en busca de la luminaria. Cuando volvió,
la luz de la vela iluminó la sorpresa en su rostro: la puerta del
baño estaba abierta. Sakae corrió hasta el lugar y se encontró con
la misma habitación vacía que había visto la noche anterior.
-¡Ella sabía que yo estaba aquí! ¡Ha
esperado que me marchara para poder huir! -pensó la mujer sumida en
una profunda ira.
Sakae decidió que la noche siguiente
volvería al baño y apalearía a la sirvienta que se estaba riendo
de ella.
Pasó el día y la luna volvió a
brillar en el firmamento. Sakae se dirigió por tercera noche
consecutiva al baño, cogiendo la vara con las dos manos y sintiendo
un desprecio y un odio profundo hacia la desconocida que mancillaba
su baño noche tras noche.
Nada más llegar ante la puerta,
escuchó los ruidos que venía escuchando los días pasados en el
interior de la habitación. Sin pensárselo dos veces, Sakae abrió
la puerta de una patada. Para su sorpresa, la habitación volvía a
estar como la encontró en las otras dos ocasiones: vacía. Sakae
entró en su interior e inspeccionó bien la habitación. Allí no
había nadie. Encendió una vela para poder ver con claridad el
lugar, y enseguida pudo apreciar que todo estaba seco, no había
señales de que alguien se hubiese bañado allí momentos antes.
La mujer empezó a asustarse. Tal vez
todo aquello había sido cosa de fantasmas. Ella había visto cómo
el primer día la puerta se cerraba, y había escuchado ruidos en el
baño las tres noches... Entonces, el viento comenzó a soplar con
más fuerza, y en ese momento empezó a escuchar unos golpes en la
habitación. Buscó con ayuda de la luminaria el origen de aquel
sonido, y encontró una tablilla decorativa de madera que, colgada de
una cuerda, era zarandeada por el viento que entraba por un ventanuco
situado a poca distancia.
Entonces Sakae lo comprendió todo. El
viento, que soplaba aquellos días con especial fuerza, le había
estado jugando una mala pasada durantes las tres noches. Fue el
viento el que cerró la puerta del baño, y el que golpeaba de vez en
cuando la tablilla contra la pared. La mujer, que había visto crecer
la ira en su corazón con cada noche, se dio cuenta de que ninguna de
sus sirvientas había estado utilizando su baño. Había estado
odiando a un enemigo que solo existía en su cabeza. En realidad,
allí nunca había habido nadie.
Imagen: johninportland (http://www.morguefile.com/creative/johninportland)
Es importante no dejarse influir por tanta maraña de pensamientos que tenemos a diario ¿Verdad? No dejan ver bien la realidad y a veces es necesario detenernos un momento y observar lo que el mundo quiere decirnos. :) Un gran trabajo. Un abrazo.
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